Estoy enojada.
Con vos, conmigo. Con vos. Porque me golpeas todo el tiempo la puerta que ya cerré y no se, mirá, acá no estás, allá, quedate. Allá.
No quiero empezar con metáforas de mierda que amenicen lo que quiero decir. Y es esto: estoy enojada. Conmigo, con vos. Estoy enojada con mi orgullo y con el ser que quiero ser y soy y no me deja dormir a veces porque se engancha a escuchar como golpeas la puerta desesperado. Como seguís golpeando la puerta de la casa donde ya no vivo, donde vos tampoco querés volver, ni recordas el nombre de la calle, ni te importa pero golpeás, vás y tocás el timbre, te estrellas las manos, gritás mi nombre o el de cualquiera, porque no me querés a mi ni a mi recuerdo ni a mi compañía, querés eso que no tenés, eso que pensás que tuviste y perdiste pero no, no lo tenés ni tuviste porque no lo dejaste nacer, porque apenas asomaba lo tapaste porque no me querés ni me quisiste, te quisiste a vos al lado del espacio que ocupaba yo.
Y te quise y te quiero y te querré, habré dicho alguna vez y no mentía, pero estoy conociendo que la culpa es un sentimiento desagradable y muchas veces gratuito, mal distribuido. No me hago cargo, tomá, te lo mando por correo y abrilo vos porque tiene lo que esperabas, una puteada que te de por fin la razón para desearme la muerte que seguramente tenés pensada hace tiempo.
Mataste lo único bueno que te había dejado, el recuerdo que inventaste cuando nos despedimos.