“Hay que ir donde a uno lo quieren”, me decía sentado en mi
mesa por primera vez. Tardé en entenderlo. No sabía si acordaba o discrepaba en
algún punto, pero agradecía que quizás por esas actitudes bellas que uno puede tomar
en la vida, ese día estábamos compartiendo un mate y una charla, de esas de las
que no paran de crecer ramificaciones que se extienden por toda la sala.
“Hay que ir donde a uno lo quieren”, me decía; mientras yo
pensaba que la querencia se concreta en reciprocidad. En ser querido y querer… y esas cosas no
coinciden siempre, las variables son infinitas.
Pensar y querer tantas cosas que no alcancen los días, las
horas y deshoras. Las noches cortas, los días eternos, la necesaria soledad para
pensar en lo que a uno lo hace feliz; y también la necesaria compañía, para sonreír
de oreja a oreja con los ojos chinos de tanto querer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario