Durante toda mi juventud, hasta ahora, escapé sin saber a
qué, de qué.
Múltiples artilugios me ayudaron. Me convertí en una experta
en confeccionar planes, huidas, rupturas… pero también explicaciones lógicas y
menos dolorosas que las reales.
La misma necesidad de escribir esto implica huir de algo,
obligarme a meterme en la cama, con un pucho en la mano izquierda y el mate en
la derecha. Me sorprende la destreza que
adquirí para tener tantas cosas metidas en la cama conmigo. El mate, los
puchos, la cámara, un libro para reseñar, la computadora portátil de la que
suena por segunda vez el concierto de Piazzolla en el Festival de Jazz de
Montreal. Y recuerdo un fragmento de Rayuela en la que Oliveira explica como el
hacer algo significa no hacer muchas otras cosas. Me alegro de que la
habitación esté templada, no como el resto de la casa. Por el ventanal que da
al balcón entra el sol de invierno a las 5 de la tarde. Es hermoso, pero breve.
No estoy feliz pero no se explicarlo. Aprendí de contextos
muy extraños y no tengo buenos referentes. O supongo que los que tengo siguen
vivos y yo soy mucho menos tolerante para los demás de lo que soy conmigo
misma. Me exijo por otros lugares, como mis contradictorios estilos de vida. No
tengo las categorizaciones muy claras.
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