17 de marzo de 2014

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“Hay que ir donde a uno lo quieren”, me decía sentado en mi mesa por primera vez. Tardé en entenderlo. No sabía si acordaba o discrepaba en algún punto, pero agradecía que quizás por esas actitudes bellas que uno puede tomar en la vida, ese día estábamos compartiendo un mate y una charla, de esas de las que no paran de crecer ramificaciones que se extienden por toda la sala.

“Hay que ir donde a uno lo quieren”, me decía; mientras yo pensaba que la querencia se concreta en reciprocidad.  En ser querido y querer… y esas cosas no coinciden siempre, las variables son infinitas.


Pensar y querer tantas cosas que no alcancen los días, las horas y deshoras. Las noches cortas, los días eternos, la necesaria soledad para pensar en lo que a uno lo hace feliz; y también la necesaria compañía, para sonreír de oreja a oreja con los ojos chinos de tanto querer.