Hace más de un día que tengo fiebre.
Estoy enferma y disfrutando de ser un poco malcriada. Tener
a mamá con visitas “de médico” varios días seguidos me hizo volver a pensar
sobre la identidad y la necesidad de tener una memoria. Y como siempre mis
anteojos, eso que es algo así como el filtro con el que veo el mundo, me llevan
a pensar en estas cosas.
Recibir amor es tan sustancial y satisfactorio como darlo.
Entrar en ese jugueteo de te quiero me querés, te cuido me cuidás, lo
necesitamos en general, multidireccionalmente y sobre todo si estamos enamoradxs
o si es de mamá.
Es loco porque pareciera que siempre es sólo de mamá. No de papá, o pareciera
que no “hegemónicamente” de papá. ¿Será muy conspirativo pensar que quizás más
que una cuestión de instinto sucede que las mujeres estamos más educadas para
atender las necesidades del otro, por tanto y en cuanto aprendemos a dar amor
de diversas formas: cuidados, atención, memoria, alimento?
A las mujeres, todavía hoy, se nos enseña a realizar actividades
invisibles en la división sexual del trabajo. Todavía nos pagan el 27% menos en
nuestros trabajos a nivel mundial. Todavía no tienen en cuenta cupos para
diversos puestos en la mayoría de las entidades de orden público o privado de
cualquier tipo (estaría bueno tener las encuestas a mano. Busquen, es
importante). Hay múltiples cosas que pasan. Todavía, no hace falta afinar mucho
el oído, nos siguen gritando “mamita”.
A los hombres, además
del hecho jerárquico de estar en una
situación de superioridad por su género y que debido a esto, como pareciera
claro u obvio, todo lo que de ellos se trate es mejor; se les enseña
tradicionalmente otros mandatos que podemos pensar a grandes rasgos como el deber
ser “proveedores de las condiciones materiales del grupo”, viriles, luchadores
y violentos.
Pero todo esto venía a que me enfermé y llamé a mamá. La
llamé y vino casi corriendo y sin pensarlo. Por un lado aprovechó que está
cerca, por otro sabe que si le pido que venga es porque estoy enferma y porque
realmente lo necesito. Me preparó sopa, me limpió un poco la cocina, me recordó
que tenía que comer y me trajo siempre todo a la cama. Tuve que explicarle que “capaz
me venían a cuidar” para que se vaya a dormir a su casa, y después, por
teléfono se cercioró: “¡ah bueno entonces me puedo quedar tranquila!”, me dijo
y yo me reí diciéndole que sí.
Mi vieja capaz tiene un blog donde cuenta como es ser la
madre paraguayo-argentina catequista cristiana de una joven (ejem) feminista. O
capaz que no. Hoy descubrí que si escribiera podría contar demasiadas cosas.
La fiebre hizo que volvamos a pasar tiempo juntas. El dolor
de cabeza me ayudó a poder aprender a callar, y algunas preguntas la hicieron
contarme un montón de historias que no conocía, que no entendía, en las que
hasta hace muy poco no había pensado. La historia que es ella, que son sus
raíces, lo que también es gran parte de lo que soy. Todo lo que ella sabe o está
descubriendo lo está narrando quizás por primera vez conmigo, y lo hace con una
dulzura y gracia, que ojalá sean parte de tan bello legado.
Una vez me dijo “Si no te lo cuento a vos, ¿a quién se lo
voy a contar?”.
Mi mamá es introvertida, o lo fue siempre en general, o nunca
tuvo el espacio para relatarse. O nunca tuvo el tiempo o la fuerza para hacerse valer. O nunca tuvo la
pregunta.
Le debo tantas preguntas.
Lucina me cuenta sus miedos de ayer y los de hoy. Lo que significó
para ella que se muera la tía más antigua de la familia, “el pilar”, la que
guardaba las tradiciones, la que fue la maestra más sabia para todos. Me contó
lo que esto representó para ella al entender que esto era tan importante para
su mamá. Dijo frases en un guaraní claro y con el cantito natural. Creo que
nunca le dije que me parece un encanto. Me habló de como la tía sólo miraba a
su hija los días antes de morir. Me habló del luto tradicional y del aggiornamento
que plantea el evitar los colores intensos; también de la “novena”, esa reunión
donde se reza un rosario durante 9 días seguidos en homenaje a los muertos. Me
habló de lo importante que es valorizar y respetar lo que es importante para el
que muere, pero también para el que vive.
Nunca había escuchado hablar con tanto amor a mi mamá y
nunca la había visto más hermosa, con su cara rosada, su saco de lana y el
pañuelo. Lloraba y se reía, se seguía narrando y me seguía contando.
Mamá me habló de su memoria, de mi historia; me habló de su
mamá, que es mi amada abuela, también de otras mamás y otras hijas y lloramos
un poco las dos juntas.
Hace más de un día que tengo fiebre.
Gracias.