16 de septiembre de 2011

No entendés hasta que entendés.


Ayer llegué a casa a la hora de siempre. Él me esperaba para cenar juntos, como casi siempre. El gato se tiró al piso mostrándome la panza para que lo acaricie, lo hice. La luz era la misma, la temperatura promedio de esta altura del año, la comida estaba bien, el agua, el vino. Yo no.

Tomenta del orto, dolor, dolor inexplicable por algunos minutos, abrazos, caidas y más abrazos. La cara roja hirviendo.

Respirar hondo, bien hondo hasta que el aire llegue a todo el cuerpo, profundo.

Abuelo, vas a estar bien, por favor tenés que estar bien. Te necesito.

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