“Usted entenderá que una mujer intensa, prioriza las
historias intensas.” Le respondía en un acto de sinceridad, esperando abortar
la aparente obligación de seguir expresando el no deseado encuentro.
Hay que ser clara y precisa. Se repetía.
Clara, precisa y coherente.
Coherente.
El amor y el sexo no siempre van de la mano, entendía, no
era un problema de comprensión, sino de piel. No podía pensar en exponer su
piel a cualquier contacto, ella lo sabía, porque su epidermis estaba
debilitada; no su alma, no su corazón, sí su superficie.
Debía tener ciertos cuidados; sabía de urgentes amores
finitos e ilusiones absurdas, sabía amar
a mares… por algún tiempo,
intensamente… de forma breve,
brutalmente… por lo general,
arrasadora y pasajera como una tormenta sabía amar.
Sabía dar todo, por algún tiempo todo. Amaba sin
miramientos. Se aburría; se daba cuenta que se aburría y eso la lastimaba,
pensaba mucho y se iba.
“Intensa y fugaz”, le habían dicho alguna vez y la llevaron
a pensar, a replantear, a proyectar, a
construir nuevas formas. Le golpearon los miedos con una pluma y los sacudieron.
Y pasó que le llevó tiempo y experiencia, más años de lo que
había supuesto, orgullosos y maravillosos años; pero se convenció que el amor
debería estar en el suelo, igualito que ella, así de humano no más, caminando
al lado de una, charlando, saltando, moviendo la’ patita’, motivando, pensando,
replanteando, riendo con muecas en los ojos, aceptando y negando según el caso,
cuidándola a una y a los demás, conceptualizando juntos en qué consiste esto de
amar…
… y con coherencia amar.
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