Lo miraba en fotos, entre tierna y caliente.
No paraba de pensar. Necesitaba ordenar y se sentó a
escribir. Escribía y divagaba pensando qué quería ordenar, para qué, para
quién. Caía en cuenta que la primera oración que escribía, cada vez que
pretendía hacerlo, resultaba ser el eje conductor de la prosa. Hoy había
empezado escribiendo “No le tengo miedo a nada”. Después de hacerlo siguió unas
líneas más hasta que paró y se releyó:
“No le tengo miedo a nada”.
El presente, el
futuro, la familia, lxs hijxs y las mascotas. Tus rayes y los míos. No le tengo
miedo a nada.
No creemos en el amor para siempre.
Decimos.
Amamos.
¿Hace cuánto? ¿Horas? ¿Días? ¿Años?
“…se tienen un amor esos dos”, venían diciendo las
amistades.
…el amor para siempre.
Para siempre un montón de cosas.
Nos contradecimos.
Desconfiamos de todo lo demás,
salvo,
por momentos radioactivos,
del pequeño universo que somos
vos y yo
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