26 de febrero de 2010

La belleza de lo cotidiano


Sil tiene la seguridad que otorgan los años, la serenidad que garantiza haber vivido un vida familiar sana y armoniosa. Convive con su hija de 11 años y su madre de algunas décadas más en la casa donde creció, una vivienda de época con un jardín inmenso y frondoso como los árboles y plantas que lo conforman; el terreno es considerablemente grande en comparación a lo que uno puede conseguir hoy en día, sobre todo en una zona donde la inyección de torres de departamentos amenaza con demoler las pocas casas bajas de los alrededores. La venta sería muy conveniente según lo que comentan familiares aparecidos recientemente con mirada afilada y la voz exigente de recuperar su “parte de la historia”, como si un porcentaje de terreno vendido devolviera a la memoria la imagen nunca vista de un bisabuelo recién llegado a la Argentina, que a fuerza de sudor y mucha voluntad construyó ladrillo a ladrillo la casa que conserva intacta Silvana, que mantiene como pieza de museo y que según dicen estos aparentes expertos en finanzas sería destruida por su poco valor económico y reemplazada por un conveniente y colosal complejo de viviendas.

Es la primera vez que la visito, nos sentamos en el fondo del patio en la última zona iluminada por el sol de las 5 de la tarde que se introduce entre los árboles e ilumina el césped inundado de tréboles; tomamos mate y untamos queso en unas galletitas de lino y sésamo, respiramos el aire impregnado de la humedad de la tierra y la savia que nos rodea. Cada tanto aparecen como un rayo sus cachorras Lila y Pipi, juegan juntas al lado nuestro unos segundos y se vuelven a perder en este bosque hogareño. Sil me cuenta su historia y me duele como propia; la posibilidad remota de perder este lugar llena de un sabor amargo la garganta de todo aquel que pueda disfrutar de algo parecido.

Horas más tarde vuelvo a casa, el camino es transitado e inquieto, es un contraste grosero, es mi realidad diaria pero me resulta desconocido, lejano, pienso que “choque cultural/emocional” sería un concepto bastante apropiado para lo que siento entre tantos autos, bocinas, semáforos y gente que mira sin ver.

Reflexiono sobre el espacio, las personas y sus necesidades, el futuro, su futuro, mi futuro. No importa donde continúe nuestra vida, que obstáculos se nos crucen cotidianamente, porque llevamos la impronta de nuestra esencia tan dentro, tan incorporada en nuestro ser, que podemos llenar de color una habitación a oscuras, iluminarla y lograr sin una intención pensada hacer sentir que están en un lugar mágico a las personas que queremos, que la simpleza del momento es tan especial que hasta el contraste de color entre el pasto verde y el espiral violeta nos resulta perfectamente necesario y bello en este paquete de sensaciones.

No importa donde esté Silvana, su mamá y su hija tan entrañable como ella, sé que será un lugar que voy a visitar FELIZ.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Silvina o yo? Dale, elegí (?)


SOfi.