21 de septiembre de 2010

Ciudad de rotos corazones.

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Todos los días viajaban juntos en el 160, se miraban disimuladamente a veces, y confidentemente otras. Se miraban a los ojos algunos segundos hasta que uno corría la vista, admitiendo la derrota que significaba no animarse a nada más allá de sus miradas.
Hasta que él, un día cualquiera, totalmente enamorado de su mirada que le obligaba a cruzar los límites de los amores imposibles, le entregó en la mano, rozándole los dedos, un papel que decía “tus ojos son como dos mañanas juntas”, y debajo su mail. Ella nunca contestó su gesto, su declaración de amor, su entrega. Ella a veces le roba el asiento donde él está a punto de sentarse.


Hay mujeres que no merecen. Hay hombres que tampoco. Hay muchos enamorados
recauchutando corazones.



En la otra punta del conurbano Ella está enamorada, piensa en su amor que está lejos de viaje por un tiempo que a veces no es nada y a veces pesa como una vida vacía sin demasiado. Construye grullas en el espacio que no lee novelas. Corta cuadrados perfectos de revistas con colores en todas las gamas, los dobla con mucho cuidado en cada pliegue, en su trabajo, en su casa… construye grullas en el tren a la vista de la gente, mientras él la mira, la mira todo el tiempo, si ella desaparecería no podría recordar su cara pero si sus manos moviéndose con delicadeza y seguridad armando grullas de papel de revistas de todos los colores. Él la mira desde la otra punta del vagón y se acerca sin resistencia, fascinado. Después de algunos minutos y varias estaciones justo antes de bajar, ella arma una grulla, le acomoda la cabeza, despliega las alas, la mira de frente justo en el centro de sus ojos, como observando en detalle que cada cosa esté en su lugar, la mira con detenimiento y sonríe. Se la entrega y él no sabe que decir, o ella no entiende. Ella se va pensando en su amor, él nunca más puede olvidar sus manos.


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